Cuerpo Chirriante 10/02/2020 | Comunicación Mes de Danza
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Texto: Natalia Jimenez
Foto: Marga Pérez
 

Auto-explicitación de un instante de la actuación del día 6 de noviembre en el Aula 103.

Instante: cuerpo chirriante (una escena del espectáculo AULA de Jose Luis de Blas y Natalia Jiménez)

No tengo la chaqueta puesta, el aire de fuera me descomprime las costillas. Sacudo mi torso para sumergirme de nuevo en el AULA. Veo a Violeta del Festival y se acerca a mí, con cara de atención. Le digo: forma parte del espectáculo, salir y entrar de nuevo.

Estoy abriendo la puerta, es un ángulo pequeño, justo el espacio que necesito para que mi cuerpo se tope con la otra parte de la puerta. Siento en mi espalda la línea, los salientes y la estabilidad que me ofrece la madera.

Veo al público cómo una masa amarilla, altera mi percepción, el nivel de atracción de la masa se compensa con una mirada abierta y borrosa a la vez, simultáneamente  se adelanta mi mano derecha sin mirar hacia donde y circula hacia el pomo de la puerta. Lo agarro con fuerza, establezco un contacto fundido con el acero, mi cuerpo continua girando sobre los pies, esto revela una intensa rotundidad en mi musculatura, como la de un tronco de olivo, bien arraigado y cuando ya estoy al otro lado, se desplaza mi torso hacia delante y la mano que agarra se descompone para deshacer la tensión centrada en el pomo y para empujar hacia delante, lo que se traduce en la sensación de un muro en el hombro derecho.  Los ojos vuelven a su lugar anatómico, para darse cuenta al mirar hacia arriba de la desproporcionada dimensión entre el cuerpo y la puerta, esa grande distancia alarga el espacio inter-vertebral y crezco.

Descubrir que soy más pequeña que la puerta es un pensamiento que me hace descansar y noto como eso ensancha mis costillas, suspende y desciende como el final de una llegada entre el pensamiento y la integración en la respiración que da aún más trascendencia a ese pensamiento.

Sigo anclada con la mano al acero y mis pies están generando un presión entre el suelo y la parte baja de la puerta, el resto del cuerpo es borroso, está al servicio de esta mecánica que está prefijada y requiere de una atención en tres puntos.

Siento seguridad y mi codo se alarga hasta que mi columna se sitúa en paralelo con la rampa, estoy cayendo, es un instante de vértebras brillantes, es placentero estar sostenida por tres puntos a la vez, la alineación es luminosa. Veo el techo, blanco sucio, veo dos colores marrones diferentes, estoy flipando con cuántos tonos marrones pueden convivir en este espacio.

Ya no puedo desplazarme más. He llegado a un lugar donde la articulación encuentra un muro pero en esta ocasión no es plano, el muro  tiene un sonido chirriante que me avisa de que ya es suficiente. Voy a volver, voy  lenta para no perderme ningún detalle, viaja mi atención desde el hombro, por el costado derecho hacia la cadera y en contraste afloja la caída del brazo y aligera la forma completa. Deja de estar fragmentado el pensamiento y la atención se dilata, me percibo como una unidad , soy una con el espacio gastado y agrietado.

¿Hay grietas en mi tendones? Me pregunto en los límites que me encuentro mientras avanzo y sostengo 39 años de movilidad: ¿cuántos años tienen las bisagras del espacio?

Oigo un crujido lejos, proviene de la masa amarilla y me activa el giro de las vértebras cervicales, guiadas por los ojos que quieren ver el crujido, como consecuencia giro toda la columna.

La densidad del espacio aumenta, veo en el aire la atención de los otros, percibo las miradas desde el público,  el codo me acerca hacia el marrón solemne de la Universidad y mis rodillas se doblan, giran los pies y veo que mis zapatos son blanco sucio, la suela de madera toca la madera con solera del AULA 103. Deslizo el pie por el contorno de la puerta hasta que encuentro la esquina que no encaja con mi zapato, eso me distrae. Me paro y actualizo con la mirada  la relación entre mis articulaciones y las del espacio , con la fantasía de descubrir así, el siguiente paso.