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Nos gustan Marco & Chloé

Hasta cuatro pases – de los inicialmente dos previstos – tuvieron que hacer Marco Vargas y Chloé Brûlé de su No me gusta. Y es que el público se apostaba a las puertas de Estudio 35, deseosos de ver qué no les gustaba a los bailaores que contaban en esta ocasión con la participación de Fernando Mansilla. Y en medio de la noche, en aquel corralón donde se respira el arte, se abrieron las puertas del espacio, mientras que se colaban las primeras notas de un saxo que no veíamos de primeras, llevado por Luis Navarro. Fernando Mansilla nos mira desafiante, vestido cual gánster con sombrero, desde la planta alta de los vestuarios. El saxo sigue, embriagador, y Marco está sentado abajo, nos mira de reojo mientras pasamos a la sala donde está Chloé, que espera en una de las sillas que están reservadas para el público, mira al suelo, sosteniendo su cabeza entre las manos, escondiendo su cara y su mirada bajo un sombrero de paja. El saxo sigue. Sigue hasta que para. La pequeña sala de ensayo donde se desarrolla esta historia queda enmudecida. Las cuarenta almas que apenas allí cabían parecen no existir mientras esperan expectantes. Se escucha un portazo. Golpes. Pasos. En medio de la sala, una silla. Y llega Mansilla, que nos mira, que mira a Chloé. Que se sienta, que saca un libro, que se pone las gafas con tranquilidad. Y vuelve a mirarnos. Chloé se levanta. Su pie se¡ eleva poco a poco como si costara despegarse del suelo. Sus manos se posan tras su espalda y mira abajo, empieza a dibujar semicírculos con los pies mientras avanza. Avanza despacio, y llega Marco, que, con un bastón de patriarca, marca sentencia. Camina por la sala, mientras ella sigue avanzando despacio. Su pie dibuja semicírculos con fuerza, arañando la tarima. La detiene. Y Mansilla, habla: “no me gusta el flamenco”. El delirio de un loco en tierra de palmas y bulerías. La voz de Mansilla hace las veces de banda sonora en esta conexión de palabras y arte. Empieza el flamenco. Se respira el duende, el resonar del zapateo de Chloé, la música que hacen con sus cuerpos. El palmeo, se sincronizan, se encuentran. Mansilla cuenta su historia. No le gusta el flamenco, a qué clase de loco no podría gustarle el flamenco, que le golpearan con un fandango. Las caladas de un cigarro imaginario cada vez más ansiosas, el compás de los pies, de las manos, sus miradas. Una simbiosis tal entre ambos bailaores, que, a las palabras de Mansilla, ponían vida, fotogramas flamencos de una historia. Mansilla se va, Marco se va. Chloé se queda. Nos gusta el flamenco. Se queda estática y se marcha. Todos nos quedamos en silencio. Alguien, viene a por nosotros, que no nos movemos del sitio. Estamos atrapados por la magia y el duende. Cuando volvemos a la salida, allí está de nuevo Marco, tambolireando en la barandilla de la planta de los vestuarios. En un cuarto, Mansilla. Se quita la chaqueta, el sombrero, con la misma calma que se sentó al principio en la silla. En el cuarto del centro, ella, que baila sintiendo las notas del saxo, que se encuentra en la otra habitación. Golpea la pared, pidiendo más. Salen todos, la mágica melodía del saxo termina por atraparnos. Y allí, tan cerca, todo acaba en una amplia ovación interminable. Nos gusta el flamenco. Nos gustan Marco y Chloé y su manera de rozar sus límites, explorarlo. Nos gustan. Texto: Piedad Bejarano Fotografía: Luis Castilla

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A Fernando Mansilla no le gusta el flamenco

Al menos eso es lo que afirma el poeta barcelonés en el “No me gusta” de Marco Vargas y Chloé Brülé, que pudimos ver ayer en el Estudio 35, en tres pases de 10 minutos cada uno.

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